Hoy el presente es estrechísimo. Aplastante.
La captura de la atención no da lugar a la memoria histórica o la imaginación especulativa.
Es un gran esfuerzo cognitivo y afectivo cualquier tipo de fuga temporal. Cuesta la lentitud, la secuencialidad, el detenimiento, la disposición estable, el paso a paso: la metodología.
Esto también explica la posibilidad de composición de la trascendencia en tanto, para su elaboración y su sentido, se necesita tiempo. Forjar una eternidad, por ejemplo, es a base de tiempo invertido en un no-ahora.
La inmolación de la inmanencia (generalmente) presupone algún modo de trascendencia.
Y si la inmanencia está capturada por el hoy total, sólo queda el presentismo del aquí y ahora que no da lugar y tiempo para el allá y el antes/después.
Sin la garantía de alguna forma de desplazamiento como posibilidad de planificación, de acción mediata, diferida e indirecta, se cae en una ejecución caótica que no tiene finalidad (teleológica). Se hace inmediatamente lo que dicta la tiranía del ahora-ya instantáneo.
Tal hiperinmediatez del aquí-ahora no deja estar al así-fue/pasó-así y al no-aún-no/todavía-no. Imposibilita la ancestralidad y el mesianismo.
No se espera, no se rememora, no se evoca.
Vale aclarar: no es el presente absoluto del Nirvana, en tanto superación del yo y el ahora, el cual implica una continuidad del flujo temporal de la “conciencia” hecha de momentos meditativos y constantes. Es el presente del desgarramiento del Alma (sin alma: puro trastorno de la Mente), en tanto consolidación del yo y el ahora, que implica una discontinuidad hecha de instantes ansiosos, fugaces e incoherentes.
Un humanismo hedonista, subexistencial y animista pretende recuperar el ritmo del humus (tierra) del que está compuesto lo humano. El compás natural y orgánico que sedimentó, a través de millones de años, ciertas predisposiciones para que la vida, como dispositivo neguentrópico, sostenga un metabolismo que no sufra el tiempo, sino que lo disfrute.
Esa recuperación temporal, consecuentemente espacial, que es una recuperación ante todo (a)tencional, es la mismísima posibilidad de la soberanía anímica.
Y la soberanía anímica es condición sine qua non para toda transición energética, transmigración psíquica, trasformación espiritual.
Profundizaré el presente, porque así lo quiero.
Inmolaré mi inmanencia, porque lo decido.
Construiré trascendencia, porque lo deseo.
Especularé futuros, porque lo necesito.
Visitaré el pasado, porque puedo.