Índices meditativos

Permítanme tres intuiciones/nociones.

La primera. Lamentablemente, sólo a una minoría le es dada la posibilidad de tener una vida con genuino placer intelectual (político, artístico, filosófico, etcétera). Esto ya sucedió muchas veces en la historia, pero es más rotundo el fracaso ante la todavía nunca cumplida promesa de la ilustración y el enciclopedismo que fascinaba con democratizar las pasiones y las razones del progreso y la prosperidad. Tal movimiento está en evidente retroceso. La “élite” intelectual está siendo empobrecida, ya que los procesos de acumulación de “capital” intelectual son lentos. O, mejor dicho, muy lentos para una lógica de acumulación de capital económico en sintonía con el imperativo de maximizar la ganancia y obtener muchísima riqueza. Es inevitable que, quien elija la vida intelectual, salvo excepciones (más ligadas al ámbito científico y tecnológico), no entre en un proceso de movilidad social descendente. Quizá la lentitud es un “privilegio” en un mundo acelerado por la hiperinmediatez y la hiperproductividad. Porque no hay espacio ni tiempo para el cultivo de aquella parte de sí (la experiencia libre e inexpropiable que se ha llamado alma, lenguaje, razón, símbolo) en una sociedad de alienable competencia. Queda un simulacro de saber, sin mundo y sin espíritu.

La segunda. Las élites económicas están en plena crisis existencial, axiológica y racional. Espero confundirme, pero no veo por qué no calificarlas como grupos de cínicos y sociópatas. Por lo menos, las decisiones que se desprenden de ellas y su eventual estructuración e institucionalización. La psicopatología del poder (personas que muy probablemente huyan de todo dispositivo clínico que no sea la superación eugenésica que está en busca de la inmortalidad) entroniza un nihilismo de indiferencia moral estructural.

Tercera. La clave del bienestar y la felicidad, del propósito y el sentido de la vida, claramente dependiente de la satisfacción de condiciones materiales básicas de existencia, no está fácilmente accesible para los billonarios. Quizá es hasta una obvia dificultad si se piensa desde ciertas tradiciones ancestrales y el desprecio de la “materia”. Quiero decir: muy probablemente son infelices y, quizá, más que “nosotrxs”. Me recuerda a aquella imagen que Platón daba del tirano, quien, no pudiendo gobernarse a sí mismo, quería obstinadamente gobernar a los otros. Creo que Epicteto dijo que “el poder externo sin poder interno es miseria decorada”. Por su parte, Simone Weil decía que el poder desrealiza el mundo, le quita misterio. Por eso, añado que no sólo el auténtico gobierno de sí y de los otros (y la posibilidad de obedecer o desobedecer libremente) pasa a estar vedado para estos héroes empresariales, sino el mismísimo milagro del mundo, su maravillosa gratuidad y el misterio visible que manifiesta.

Alguien podrá decir que estas consideraciones, más que ser una crítica al presente y una meditación de la condición humana, son una justificación de mi propia condición particular y singular. Y seguramente tendría razón. ¿Pero no es eso lo que buscamos y estamos faltos? ¿Una justificación, una razón, una intuición?

Me permito añadir una cuarta. Si ya no es posible el verdadero saber en este mundo capitalista (un saber que cale tan hondo que transforme al mismo sujeto que lo sustenta) en el cual el exceso “material” satura la donación de lo que existe sin más, cabe la hipótesis de situaciones eventualmente autónomas que produzcan, como parte de una propuesta común de lo gratis y la gratuidad, la desobediencia epistémica, ontológica y metafísica que rompa con el espejismo y el reflejo ansioso del mundo, lleno de malestar y dolor.

No son apuntes para el retiro (todavía), sino claves para la reinserción. La rareza humana reclama una comunidad de quienes se escuchan entre sí, piensan libre y responsablemente, con generosa e imaginaria lentitud, en respeto hacia el ritmo propio del enigma y ante el cuidado asombrado y sin apuro por lo inútil, incalculable e invaluable.

Lo raro, lo gratis, lo común, lo sentido: cifras para toda promesa posible de realizar en una comunidad feliz, justa y próspera.

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