Al pensar inicial

No hay inicio, sólo indicios.

Lo inicial e iniciático es una cortesía de la realidad y tiene aroma de origen, pero no es más que el guiño de lo natal naciente. Lo indicial es la experiencia decisiva y sagital en la ceremonia de existir. Y hay iniciación porque hay Misterio. Lo cual indica la posibilidad de un improbable milagro negativo: promesa de otra tierra y otro cielo, otro mundo y otra materia. El misterio avisa y no traiciona por primerear al ultimar.

Estamos, desde el inicio, en misterio y enigma[1]. Vivir es un rito.

Pensar es un ritual eidético, un ritual noético que rinde tributo, venera y adora una Idea. Ante ella, sacrifica acciones, emociones, percepciones, motivos, creencias, valores, sentimientos, pensamientos, hasta la razón.

¿Cómo se llega a eso? Bergson dice que quizá todo nace, en gran parte, de una intuición. Una intuición que luego se vuelve visión y que, por vías racionales, se vuelve noción. Noción como hábito intelectual nebuloso que forma parte de una disposición estable del ánimo que, entre la concepción del concepto, entre la afección de perceptos y la percepción de afectos, en la actividad psicoactiva de la mente, puede lograr, concretar y realizar lo que Platón llamó Idea/Forma (ἰδέα). A ella, no de modo absoluto sino relativo a cada quien, en su proceso de ideación, se le jura fidelidad. Se le pide que sea vía y guía de acciones y pensamientos. La fe (πίστις) que la establece como tao (camino para ir) hace que quememos las imágenes (εἰκών) a su favor y gracia. Es cierta idiosincrasia e idolatría iconoclasta: idioma de la ideología del idiota ante la idea.

Deleuze dijo que hay que crear conceptos. Foucault dijo que hay que ejercer poder. La autoridad de la idea está en su gimnasia y ejercicio sensible. La idea no se posee, sino que nos posee y ejerce. Tal es la realidad de la idealidad a la que juramos fidelidad. Lo importante no es lo que hacemos con la idea, sino lo que la idea hace con nosotrxs.

Si bien esto parece un proceso cerrado, Platón demostró que el ascenso y descenso del ánimo es un vaivén: se torna y retorna al retomar la dialéctica abierta de las (trans)migraciones del alma. Siempre se vuelva a la imaginación y al no-ser, nunca se llega sin condición y para siempre al punto anhipotético del más allá de la sustancia/ser (ἐπέκεινα τῆς οὐσίας).

Toda figura (εἶδος) presiente la prefiguración, figuración, desfiguración, refiguración y transfiguración. Pero en la alquimia del pensamiento no todo es transmutación y respuesta. El momento interrogativo es de pausa creativa: si preguntar es la devoción del pensar, como dice Heidegger, bien puede ser que el tono dubitante y preguntativo sea un acto ilocutivo de promesa, no tanto de una respuesta, como de una reconciliación (religio) con la pregunta: pre-formático y performático al demorar lo Informe para ofrecer y dar con la Forma.

¿Qué puede una idea? Nada si no se ejerce. Pero antes hay que crearla: desde su primer átomo racional que es el concepto, concebido bajo las nociones que nos da una intuición sensible (sensiblemente intelectual, como quería Descartes). La libertad de las imágenes, en el desarreglo primitivo de los sentidos, es un magma potente para actualizar en materia eidética. Y es importante tomárselo en serio: será la actividad dietética del pensamiento, su psicoactivividad y su psicopasividad, consciente e inconsciente, su actualidad y virtualidad, su acto y potencia y sus infinitos pasajes. Los psicotrópicos, es decir, los tropos del alma, son los paisajes del pensamiento[2].

Es necesario tener imágenes: imaginar la idea. La luz última es una condensación y saturación de sombras y reflejos. Es una realidad ideal, una idealidad que abre una diferencia idéntica/identidad diferente, pero no-acá. Sí más allá, porque, a través del ídolo, podemos entre-ver lo que la idea deja pendiente en lo sensible como pre-sentimiento. La materia noética está tan viva como la materia estética: es materia sentida y presentida en la corporalidad brutal de la experiencia pensante. Tal es lo sustancial (y voluptuoso: el jugo de la experiencia, la riqueza en su propiedad alimenticia y nutricia, en su sensualidad gozante).

(Prepensar y sobrepensar las cosas, la sustancia, los entes, el ser, lleva a la sobredosis ontológica, como dice Prósperi. Otros ontonautas refrendan su ontomancia. La tradición iberoamericana, desde Francisco Suárez con sus Meraphysicarum disputationem, en donde se pregunta si las moscas tienen memoria; en la prosa y la poesía metafísica y tanatológica de Francisco de Quevedo, que muestra el engaño de las apariencias, la irrealidad y el desgaste del ser en cenizas, polvo y sentido; en el vitalismo crítico de Ortega y Gasset y en el transinfinito de García Bacca; conceptismo y conceptualismo sensualista compartido por Macedonio y Borges y otros amigos del misterio: Horacio, Tatián, Del Barco, Cadús. Breve genealogía de ontófagos mistéricos, fenomenósofos, místicos prácticos, cripto-vitalistas y oniro-psico-nautas).

La fidelidad jurada es una forma (de [hacer estallar] lo) sensible. Ser fiel es ser sensible. La fidelidad es un modo de la sensibilidad. Pero creer fanáticamente en el concepto, en la idea, en el autor, en la obra, en la institución, en el maestro, en la doctrina, en la repetición sinuosa de la palabra mártir, es falta de fe o, mejor dicho, mala fe. Hay que confesar la herejía y creer radicalmente que todo eso ha muerto y está extinto: se han destruido todas las obras de Platón y de Nietzsche, todo los textos en hebreo, griego y latín y nuestras lenguas modernas. Nada existe. O todo el corpus filosófico fue aniquilado o fue un falaz delirio. Por eso, hay que habilitar, no nuevamente, sino por primerísima vez, el gesto crítico, irreprochable e inverosímil, en la desconfianza absoluta y reflexiva, al concebir la posibilidad de otro-modo: hacer rugir la contingencia para sentir el sabor del propio esfuerzo en eso que nombramos pensar. Comenzar desde el comienzo sin recomenzar. Fingir el origen, repetirlo sin repetición. La ficción de tal nada natal y nativa, es la retrotracción del pensamiento a su alta pobreza, a su pobreza original y prístina. Repristinar sin ninguna huella virgen. Más que simular, alucinar.

En tal indigencia y austeridad está el presentimiento y sobresentimiento de algo-otro, eso que es más, un más allá: hay algo. (Esto) dá qué pensar. Y, como dijo Platón, no quisiera olvidarlo, pensar es recordar[3]. Hay que empezar profundamente de nuevo con la mísera reminiscencia subconsciente que, por sublimación y casi por reflejo, como un espejismo, cobra fuerza en tanto pensado/pasado. Una visión que crece, una presencia que se burla de las apariencias, una permanencia que pide venganza ante el devenir, la persistencia de algo más, allá, que está: hay −algo− (más [allá]). Fenómeno lumínico que desengaña la locura ensoñada del pensamiento irreflexivo y que se vuelve una ilusión de ausencia, una huella a seguir. Con ella, entre todo el polvo y las cenizas, vemos ruinas y restos. Es lo que queda de la gran construcción del pensamiento humano y sus eones de arquitectura. Una asolada pirámide, verbigracia, una tumba.

Jurar fidelidad ante tal realidad: las ruinas arquitectónicas del pensamiento humano, un pretendido sistema total que de tan abierto se derrumba. Apostar sin garantías al babélico trabajo que es fruto de la inteligencia natural, naturada y, por qué no, naturante. Sin esperanza, conservar esa obra con dedicación y obsesión, porque entre los paraísos y parásitos del papel quemado están los gérmenes de una novedad más justa con lo antiguo. La fantasía/sueño común arruinado, por más desilusión, sigue relumbrando fulgores.

Idear para realizar: crear poderes, ejercer ideas.

Y aunque la idea todavía-no llegue, aún esté pendiente y sea una promesa, (a)parece el sabor de pensar, quizá exageradamente, en demasía, lo demasiado. Un pensar irremediable que anuncia su petición de (querer-tener un) principium, simulacro, emulación y mimética de la fe entre ideas, al poder probar la esencia de lo implícito. Una eidética poética para hacer real el vivaz verificar. Una revolución del alma por pensar (lo que está) de-más ante lo que sobra, ante lo que resta y está de-menos. En suma, (a)pensar el dar(se) el don de la (a)parición del (a)parecer la (a)pre-sencia a-usente. Esenciar la donación del pensar (a)donado: cumplir que la copia, el ejemplo, sea in-distinguible, por operación de distinción y diferencia, de unión y confusión de identidad, del modelo, el paradigma (παράδειγμα).

Así, no hay inicio, no hay separación (χωρισμός), no hay exilio, no hay expulsión.

Sólo indicios.


[1] Corintios 13:12.

[2] El tropismo del alma se desprende de lo escrito por Platón sobre la metempsicosis. Diversos cuerpos, diversas almas, llevan al éxtasis (literalmente un fármaco sintético y artificial) por el exceso, como la metanfetamina (modo de la experiencia al que alude Prósperi). Metempsicosis en sintonía con la psicosis (trastorno anímico) de la filosofía y del filósofo, ya que la metafísica cambia el metabolismo anímico y genera una ontosis (trastorno del ente) hasta la posibilidad de la imposibilidad total de toda posibilidad: el ontocidio general y universal.

[3] Y la memoria es una herida entreabierta: la grieta por la cual entra otro-mundo en-tre el mundo. Porque “no sólo de pan vive el hombre” (Mateo 4:4) y se está metafísico por no comer (Don Quijote de la Mancha).

Al ser apátridas que no pueden volver a la tierra en la que no nacieron, se busca morir por lo invisible (Lévinas). Salvo que la única patria es la infancia (Rilke) que, a su vez, es el topus uranos (ὑπερουράνιον τόπον), utópico e intangible, donde el dios-niño de Heráclito juega con las ideas, juguetes de un pensamiento sin-voz, afásico y pre-lógico.

euontología/ontonáutica/meontología

El viaje y la exploración del ser, el caminar, andar e ir hacia el ser y para el ser, es poder estar. Y más que esto es poder bienestar. Ahí la yuxtaposición, ya advertida por Platón, del sentido del ser y el sentido del bien. No sólo buscamos estar, sino estar bien. Quizá, quitando la carga moral y retomando a Anselmo, ser-mejor.

Esto presupone una axiología como teoría de las fuerzas (valores) que nos mueven. En otras palabras: la investigación de la composición de las ganas que hacen que el movimiento sea dirigida y orientado. Una teoría del viaje, literal y filológicamente, una metodología como método (camino): una visión del ir.

La metáfora fundamental de la vida como viaje orienta la (trans)migración. Una búsqueda del sentido en tanto sentido de orientación (existencial). Esto acerca las nociones de sentido y destino en relación a la narración de un cuento como biografía (gramática de la vida).

Ahora bien, la decisión de erigir cualquier ontología lleva consiga que, sobre el brillo que destella, se abra una zona de penumbras. No hay luz que no de sombra. En ese sitio aparece el claroscuro del ser, su no-ser o lo-otro-que-ser.

Ir-bien a dónde no (sé-es). Esto no sustituye, pero complementa la pregunta por el sentido del ser en su horizonte temporal por la pregunta por el sentido del estar en su horizonte espacial: ¿De dónde (no) vengo? ¿Dónde (no) estoy? ¿Hacia dónde (no) voy?

¿Por que (me) voy y no más bien (me) quedo?

Salvo que esta pregunta encuentra su locus dentro de una metafísica sedentaria y no totalmente nómade. Metafísica que es determinada por las condiciones materiales que se propusieron luego del fuego, la domesticación y la agricultura.

Sin embargo, la cuota peregrina de nuestra existencia y el mundo como parroquia todavía nos invita a que cada quien haga su propio exilio como forma de recrear la experiencia de la hospitalidad.

(a)tención/humanismo animista

Hoy el presente es estrechísimo. Aplastante.

La captura de la atención no da lugar a la memoria histórica o la imaginación especulativa.

Es un gran esfuerzo cognitivo y afectivo cualquier tipo de fuga temporal. Cuesta la lentitud, la secuencialidad, el detenimiento, la disposición estable, el paso a paso: la metodología.

Esto también explica la posibilidad de composición de la trascendencia en tanto, para su elaboración y su sentido, se necesita tiempo. Forjar una eternidad, por ejemplo, es a base de tiempo invertido en un no-ahora.

La inmolación de la inmanencia (generalmente) presupone algún modo de trascendencia.

Y si la inmanencia está capturada por el hoy total, sólo queda el presentismo del aquí y ahora que no da lugar y tiempo para el allá y el antes/después.

Sin la garantía de alguna forma de desplazamiento como posibilidad de planificación, de acción mediata, diferida e indirecta, se cae en una ejecución caótica que no tiene finalidad (teleológica). Se hace inmediatamente lo que dicta la tiranía del ahora-ya instantáneo.

Tal hiperinmediatez del aquí-ahora no deja estar al así-fue/pasó-así y al no-aún-no/todavía-no. Imposibilita la ancestralidad y el mesianismo.

No se espera, no se rememora, no se evoca.

Vale aclarar: no es el presente absoluto del Nirvana, en tanto superación del yo y el ahora, el cual implica una continuidad del flujo temporal de la “conciencia” hecha de momentos meditativos y constantes. Es el presente del desgarramiento del Alma (sin alma: puro trastorno de la Mente), en tanto consolidación del yo y el ahora, que implica una discontinuidad hecha de instantes ansiosos, fugaces e incoherentes.

Un humanismo hedonista, subexistencial y animista pretende recuperar el ritmo del humus (tierra) del que está compuesto lo humano. El compás natural y orgánico que sedimentó, a través de millones de años, ciertas predisposiciones para que la vida, como dispositivo neguentrópico, sostenga un metabolismo que no sufra el tiempo, sino que lo disfrute.

Esa recuperación temporal, consecuentemente espacial, que es una recuperación ante todo (a)tencional, es la mismísima posibilidad de la soberanía anímica.

Y la soberanía anímica es condición sine qua non para toda transición energética, transmigración psíquica, trasformación espiritual.

Profundizaré el presente, porque así lo quiero.
Inmolaré mi inmanencia, porque lo decido.
Construiré trascendencia, porque lo deseo.
Especularé futuros, porque lo necesito.
Visitaré el pasado, porque puedo.

de lo gratis

Quien dice existencia dice milagro, pues se existe milagrosamente. Ante la imposibilidad de no existir, de no estar aquí, existimos, estamos. Y bien podemos preguntarnos por qué existimos y estamos en vez de no existir ni estar. No por el sentido, sino por el hecho de que es así. De tal experiencia singular, generalizamos hacia todo lo existente y damos con la renombrada pregunta de por qué hay algo y no más bien nada.

En nuestra lengua, creo yo que la pregunta bien formulada es por el haber, no por el ser. No “por qué ser y no la nada”, sino “por qué hay pudiendo no haber nada”.

Pero es así y se da que habiendo, no puede no haber: hay. Tal haber algo es un exceso, una donación abundante de algo que hay: mucho. Gratuitamente.

Ahora, ese exceso se toma según el ánimo: nos serena o nos inquita, nos abruma o nos maravilla. Incluso hay quienes, los ontocidas, dicen que hay poco o, más todavía, debería no haber. ¿Cómo es posible? ¿Cómo el Haber mismo cobija en su seno el Ontocidio, el Vació, la Nada, el No-Hay? ¿Por qué hay quienes dicen que pudo, puede o podrá haber más/menos y mejor/peor de lo que hay? ¿Y en qué sentido y destino?

(A)parece como un gesto ingrato ante la gratuidad de lo que hay parece que no reclama (salvo quizá pensemos: estoy sin consulta y esto es una deuda impagable por la cual ya estoy condenado).

La noción clave de lo gratuito, de lo gratis y la gratuidad, aunque (im)puesta, da la gracia y lo grácil de lo que hay. Pide el gesto, tenue y sutilmente reclamado, en reconocimiento y respeto, de la gratitud.

Estas palabras, bien pensadas, son las nociones que cifran y, como llaves, abren las puertas al misterio ontológico, fenomenológico y metafísico de la donación: (a)parece el (a)parecer en su (a)pre-(au)sencia lo que hay.

Si la donación es la sustancia de lo que hay (mundo), lo gratis es su atributo y su adjetivo. Y siendo así, su verbo (y su gracia) es el haber, no el ser ni el devenir.

Y más cercano al Haber es el Estar. Y contrario al estar, no es el Ser, sino el Ir.

La nada (nata) se muestra como nacimiento y la vida como viaje.

La visión es náutica: una teoría del viaje, del ir y venir.

estar (es) vaivén, ser (es) peregrino, estancia y errancia

vía y vita
y extravía
y extravita

No inicio, sino indicio.
No lo inicial, sino lo indicial.

Lo umbrálico: el (des)arraigo y destierro (des-tierra) del humor del humus, del animal anímico que somos como humanos (ex-humus).

El exilio del Vientre y lo Natal (la nada) desde la In-fancia, nuestra única Xatria.

Latido y pulso de las cosas en transmigración hacia el ego/alter extra-terrestre: gnoseonáutica y ontonáutica.

La dromomanía y la domomanía: exceso y defecto de estar, exceso y defecto de ir.

Entre la estancia y la errancia, tardanza y mudanza.

Ontomancia: hay.

Hay algo. Hay algo así. Hay algo así y más. Hay algo así y más o menos, pero:

hay, Sí.

Voy.

quizá algunas metáforas vegetales y botánicas del ser

En cada brote, en cada germen, cada eclosión, cada grano… la posibilidad invisible de ser más, de ser otro de lo que se es, de ser mucho más, de ser tanto como el ser mismo. Así como el zapallo que se hizo como cosmos de Macedonio.

Porque hay un núcleo, un embrión, que es maná emergente y aflora y siembra sobre todo espacio abierto: todo lo que existe está tejido por su piel invisible. Lo que es, surge, brota y mana. Porque es una emanación amorosa, una irradiación salvaje, una difusión aplastante, una exhalación apresurada y constante: el aliento perfumado de la vida, la respiración de la luz, el pulso de la oscuridad.

VARIACIONES SOBRE LA DISTANCIA

Desde un texto de Horacio Gonzáles

(https://www.pagina12.com.ar/265762-el-discobolo)

No existe la distancia, sino las distancias. Diferentes modalidades en las que ella se expresa y presenta, desde las cuales la habitamos y comprendemos. Tomar distancia es un ritual ancestral, tanto para la vida contemplativa como para la vida práctica. Tomamos distancia de aquella pasión que nos envenena y del pensamiento que buscamos descifrar. Nos apartamos y despedimos de otrxs, en forma parcial o definitiva, luego de una conversación causal o en un entierro. Distancias éticas, estéticas, físicas y metafísicas, místicas. Algunas, irreparables.

Platón creía que existía una distancia (χωρισμός) entre las Ideas universales y sus encarnaciones sensibles singulares. Esta separación, que no tolera la unión de lo mixto, es una de las grandes formas de la distancia en la historia de la filosofía, acaso también de lo que vagamente llamamos historia humana. Su herencia tejió el hueco que horada nuestro ser en mente y cuerpo. Tal fisura, no fue un evento en el que se alojaba la posibilidad del contacto, sino la afirmación de su imposibilidad como fundamento de nuestra existencia. No podemos decir que hoy estamos a salvo de tal imaginario.

El khorismós todavía hiende la relación íntima con unx mismx y con lxs otrxs. Hay una ruptura inmanente, tanto en la dimensión de la interioridad como en la de la exterioridad. Con la pandemia, el distanciamiento social ha acentuado sus características, incluso las ha potenciado. La corporalidad ya estaba interferida problemáticamente por la virtualidad, en una experiencia de escisión que, por lo menos para algunxs, era manifiestamente incómoda. Se le sumaban también las revoluciones tecnologías propiciadas por el capital y su globalización, que nos demuestran la posibilidad de reducir las distancias a una medición lógica. Su superación, ante la “falta” que se imprime en la extensión del espacio, es bien ejecutada por la técnica del transporte terrestre, marítimo y aéreo. No exageramos si pensamos que, en muchos de estos casos, salvar las distancias puede llevar a condenarlas[1].

Ante esta articulación trina (distanciamiento social, virtualidad, movilidad), lo que antes parecía ser mutuo y compartido, habitual y singularmente concreto, casi eterno en los modales y la cortesía, queda en entredicho. Pensar se vuelve urgente, sentir es una emergencia y tocar, una necesidad, aunque bien sepamos que la separación es conjetural, en vista de vivir dentro de un entorno sano, para el cuidado de mí mismx y lxs otrxs.

Sin embargo, hasta en la teoría platónica había una forma de salvar las distancias. Cada entidad sensible y corruptible tenía participación (μέθεξις) en las Ideas. Por eso, no es tan difícil que imaginemos las aproximaciones que reinventaría un sosegado acercamiento social, sin violentar los afectos y efectos del confinamiento, hasta lograr su cancelación virtuosa, quizá imposible en un anudamiento aceleradamente irreflexivo. El intervalo que hoy nos interviene, esa separación involuntaria, deja un espacio de potencias simpáticas, quizá contagiosas, para meditar y medir la distancia de los cuerpos y los posibles ritos del arrimar, juntar y avecinar. Con ello, desafiar el ensimismamiento preventivo y habitar una relación abierta, una distancia erótica y gustosa, que nos permita contemplar la entrelugaridad de las cosas, esa división tantálica que puede multiplicarse al infinito, pero anularse en una caricia.

¿Qué estrategia vamos a usar para tomar una distancia justa y amorosa? ¿De qué modo volveremos hacia lxs cuerpxs, propios y ajenos? ¿Cómo vamos a encontrarnos unxs con otrxs? Todo este prólogo para formular una pregunta tan idiota (en el pleno sentido de la palabra) como la siguiente: ¿qué tan cerca estábamos?


[1] Por ahora, no hemos vivido el acontecimiento de la teletransportación.