En cada brote, en cada germen, cada eclosión, cada grano… la posibilidad invisible de ser más, de ser otro de lo que se es, de ser mucho más, de ser tanto como el ser mismo. Así como el zapallo que se hizo como cosmos de Macedonio.
Porque hay un núcleo, un embrión, que es maná emergente y aflora y siembra sobre todo espacio abierto: todo lo que existe está tejido por su piel invisible. Lo que es, surge, brota y mana. Porque es una emanación amorosa, una irradiación salvaje, una difusión aplastante, una exhalación apresurada y constante: el aliento perfumado de la vida, la respiración de la luz, el pulso de la oscuridad.