VARIACIONES SOBRE LA DISTANCIA

Desde un texto de Horacio Gonzáles

(https://www.pagina12.com.ar/265762-el-discobolo)

No existe la distancia, sino las distancias. Diferentes modalidades en las que ella se expresa y presenta, desde las cuales la habitamos y comprendemos. Tomar distancia es un ritual ancestral, tanto para la vida contemplativa como para la vida práctica. Tomamos distancia de aquella pasión que nos envenena y del pensamiento que buscamos descifrar. Nos apartamos y despedimos de otrxs, en forma parcial o definitiva, luego de una conversación causal o en un entierro. Distancias éticas, estéticas, físicas y metafísicas, místicas. Algunas, irreparables.

Platón creía que existía una distancia (χωρισμός) entre las Ideas universales y sus encarnaciones sensibles singulares. Esta separación, que no tolera la unión de lo mixto, es una de las grandes formas de la distancia en la historia de la filosofía, acaso también de lo que vagamente llamamos historia humana. Su herencia tejió el hueco que horada nuestro ser en mente y cuerpo. Tal fisura, no fue un evento en el que se alojaba la posibilidad del contacto, sino la afirmación de su imposibilidad como fundamento de nuestra existencia. No podemos decir que hoy estamos a salvo de tal imaginario.

El khorismós todavía hiende la relación íntima con unx mismx y con lxs otrxs. Hay una ruptura inmanente, tanto en la dimensión de la interioridad como en la de la exterioridad. Con la pandemia, el distanciamiento social ha acentuado sus características, incluso las ha potenciado. La corporalidad ya estaba interferida problemáticamente por la virtualidad, en una experiencia de escisión que, por lo menos para algunxs, era manifiestamente incómoda. Se le sumaban también las revoluciones tecnologías propiciadas por el capital y su globalización, que nos demuestran la posibilidad de reducir las distancias a una medición lógica. Su superación, ante la “falta” que se imprime en la extensión del espacio, es bien ejecutada por la técnica del transporte terrestre, marítimo y aéreo. No exageramos si pensamos que, en muchos de estos casos, salvar las distancias puede llevar a condenarlas[1].

Ante esta articulación trina (distanciamiento social, virtualidad, movilidad), lo que antes parecía ser mutuo y compartido, habitual y singularmente concreto, casi eterno en los modales y la cortesía, queda en entredicho. Pensar se vuelve urgente, sentir es una emergencia y tocar, una necesidad, aunque bien sepamos que la separación es conjetural, en vista de vivir dentro de un entorno sano, para el cuidado de mí mismx y lxs otrxs.

Sin embargo, hasta en la teoría platónica había una forma de salvar las distancias. Cada entidad sensible y corruptible tenía participación (μέθεξις) en las Ideas. Por eso, no es tan difícil que imaginemos las aproximaciones que reinventaría un sosegado acercamiento social, sin violentar los afectos y efectos del confinamiento, hasta lograr su cancelación virtuosa, quizá imposible en un anudamiento aceleradamente irreflexivo. El intervalo que hoy nos interviene, esa separación involuntaria, deja un espacio de potencias simpáticas, quizá contagiosas, para meditar y medir la distancia de los cuerpos y los posibles ritos del arrimar, juntar y avecinar. Con ello, desafiar el ensimismamiento preventivo y habitar una relación abierta, una distancia erótica y gustosa, que nos permita contemplar la entrelugaridad de las cosas, esa división tantálica que puede multiplicarse al infinito, pero anularse en una caricia.

¿Qué estrategia vamos a usar para tomar una distancia justa y amorosa? ¿De qué modo volveremos hacia lxs cuerpxs, propios y ajenos? ¿Cómo vamos a encontrarnos unxs con otrxs? Todo este prólogo para formular una pregunta tan idiota (en el pleno sentido de la palabra) como la siguiente: ¿qué tan cerca estábamos?


[1] Por ahora, no hemos vivido el acontecimiento de la teletransportación.

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