Somos consumidores bulímicos de la riqueza que acumulamos.
Claude Lévi-Strauss
Una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas.
Karl Marx
Es el hecho metafísico básico de la naturaleza del hombre – la conexión entre su supervivencia y el uso de su razón – lo que el capitalismo reconoce y protege.
Ayn Rand
En este breve texto se esbozan algunos apuntes filosóficos para relacionar la metafísica con el capitalismo desde diferentes categorías. Se trata así la noción fenomenológica de la donación y su vínculo con la mercancía; la consumación de la metafísica con el consumo; los posibles atributos teológicos del capital; la virtualidad en relación al espacio y el tiempo; la aceleración y la percepción; la conspiración y la corporación. En todas las articulaciones se presupone la dimensión metafísica de cada uno de estos fenómenos: la inaccesibilidad de su experiencia directa, su exceso sobre el más acá y la necesidad de una dilucidación desde un pathos de más allá. Por último, se trata la relación de la finitud con la tierra y la ecología para generar una propuesta epistémica y metafísica crítica y alternativa.
Del don al dato
Toda sociedad se articula en una economía, ya que es inseparable de la interacción con su ambiente, del cual obtiene los bienes que extrae, produce, distribuye, usa y consume[1]. A su vez, toda economía se sustenta en un modo de acceso a las cosas. El hecho de que las cosas se dan es lo que se llama donación: el don de darse algo, más allá de lo que se dé, es que algo se da. El análisis de cómo las cosas se dan es una teoría de la donación. Toda teoría de la donación describe y prescribe un modo de acceso a las cosas que determina una economía. Tal determinación es una decisión metafísico-ontológica[2].
En nuestra época, las personas, los hechos, los acontecimientos, las experiencias, el mismo acto de ser, etcétera, están contaminados por la forma hegemónica del darse las cosas como mercancía, la cual parece excluir y/o colonizar todas las diferencias ontológicas (incluso la de ser y ente). Todo es pensado desde la ganancia y la pérdida, el costo y el beneficio: todo puede comprarse o venderse y nada queda fuera de esta lógica. “La mercancía deviene mundo y el mundo deviene mercancía”. El logos del mercado-capitalista se extrapolada al último poro y margen del cosmos.
Actualmente, la forma más sofisticada de la mercancía es la conversión del don al dato, es decir, la reducción de la interacción con el mundo a mera información. Si la donación se caracteriza siempre por un exceso, el dato es la unidad mínima de donación, en tanto exacta, precisa y sin ninguna excedencia. Su genealogía moderna está en el proyecto cartesiano de la mathesis universalis, la characteristica universalis de Leibniz y los Principios Matemáticos de la Filosofía Natural de Newton; su rastro ancestral en el descubrimiento del número y la invención de la escritura.
Ello ha posibilitado la ciencia informática, la cual hace del bit (dígito binario[3]) la entidad última de la existencia[4]. En su articulación con el capitalismo contemporáneo es que algo, en teoría sin excedencia, pueda generar el plus que por esencia le falta, a través de la puesta en práctica de algoritmos. Así se introduce en circulación y se vuelve mercancía el mero hecho de interactuar con el mundo al estar conectado a él mediante plataformas virtuales-digitales[5]. Lo puramente fáctico de darse el mundo es mediado por una codificación de la que se extraen ganancias a través de un supra-medio tecnológico (¿segunda naturaleza?) que codifica toda donación y toda posible excedencia.
De la consumación al consumo
Nuestro a priori histórico de inter-cambio (intra-devenir) con el mundo está dominado por el valor de cambio y toda donación se vuelve una quita, que nos pone en estado de deuda[6]. Así, la negatividad propia de la consumación de la metafísica (el fin de la Razón y la Historia; la Muerte de Dios y del Humano, etcétera) tiene su positividad en la hegemonía histórica del capitalismo neoliberal contemporáneo. Su dominio moderno-colonial-patriarcal descansa, aunque no solamente, sobre el individualismo de lxs usuarixs como prosumidorxs-endeudadxs, en la que se seculariza la culpa y sus instancias de redención.
La consumación metafísica en el auge de la técnica despliega sus consecuencias prácticas en el consumo, en el que el único valor determinante es el valor económico-capitalista. La metafísica se vuelve una meta-economía y viceversa: en ella están, como ideas reguladoras, las nociones de Propiedad, Individuo y Libertad. El nihilismo comprendido como un todo-vale y/o nada-vale en tanto posibilidad de valuación económica, no da lugar a la posibilidad de lo invaluable/no-valuable económicamente para ser valorable desde otros valores, más allá del uso y el cambio. La crisis de sentido y destino, manifestado axiológicamente, es la imposibilidad del ahorro y/o el gasto-consumo-compra-uso inútil-improductivo, incluso de la gratuidad en sí[7].
Cada vez más, entregadxs en un consumo virtual de ropaje inmaterial, dentro de un capitalismo de plataformas y economías de la atención, que trastocan los regímenes de realidad y racionalidad, de atención y afectividad, hay menos tiempo libre. El ocio parece ser el relevo de las relaciones productivas del nec otium y el tener se sostiene sobre la venta de experiencias en la cultura del entretenimiento[8]. Así, la historia humana, ya no es experimentada como tragedia o comedia, sino como espectáculo: una temporalidad dispuesta negativamente contra el aburrimiento, en la que se seculariza la Providencia de Dios (quien da) que se transforma en el Progreso científico y tecnológico del Capital (quien quita)[9]. No hay divinización de la historia ni historización de lo divino, sino una serie insignificante. La experiencia histórica de la humanidad y la experiencia humana de la historia, en su modo hegemónico, son parte de la consumación de la metafísica y filosofía occidental, que manifiestan el lado negativo de la positividad capitalista. Así, la crisis axiológica mundial es una crisis de narratividad, es decir, de cómo contar (numérica y narrativamente) el mundo[10].
Dios y Capital
Entonces, no resulta extraño que los atributos divinos de la onto-teología occidental sean extrapolables al Capital como sujeto autónomo. Tal configuración histórica de una metaphysica specialis del ente supremo es producto de la metaphysica generalis del ser que se da como mercancía: lo que es, es en tanto puede comprarse o venderse. Se va de la especulación metafísica a la especulación financiera. La usura de las finanzas prebendarias es el procedimiento por el cual el Capital adquiere suma entidad, así como antes el acceso intelectual de la especulación filosófica improductiva daba dignidad a Dios[11].
Son la omnipresencia, omnipotencia y omnisciencia del acontecimiento del capital que, al igual que dios, choca con nuestra finitud, la de la tierra, el agua, el aire, los minerales y otrxs seres vivxs. Sus ciclos y procedimientos infinitos, pretendidamente inmateriales y abstractos, rompen con lo que existe en lo material y concreto. Así, la tríada de las metafísicas especiales de Dios, Alma, Mundo es sustituida por la de Capital, Individuo, Mercado[12]. El ser no es donación, sino mercancía universal. No hay almas en el mundo gobernado por dios, sino individuos en el mercado gobernado por el capital. Por eso, también nos desplazamos de la creencia y la fe al crédito y la garantía. Y así como obraba Dios en el Mundo sobre las almas, misteriosamente, obra el Capital (la parte superior, el arriba, la cabeza) en el Mercado, con manos invisibles y miles de ojos encriptados en las redes de inter-net, sobre los individuos.
Espacio-tiempo y virtualidad
Los regímenes de realidad son solidarios de los dispositivos tecnológicos y sociales en los que ella se amplía o reduce. Por el proceso de globalización/mundialización hemos llegado a un momento de virtualización de la vida, en la que la quitarle “realidad” a lo virtual sería ingenuo. Existe una realidad virtual, que tiene sus anclajes e infraestructuras materiales[13], así como una realidad no-virtual, corporal, de una materialidad diferente. En todo caso, la dimensión deíctica de la vida ya no es clara: “acá”, “allá”, “aquí”, “atrás”, “adelante”, “ahora”, “este”, “esto”, “aquel” y demás deícticos están distorsionados por dispositivos que, según un uso nunca neutral, cambian radicalmente estas nociones, antes mucho más precisas.
La virtualización no es pensable sin la transformación del lenguaje a través de los medios de comunicación, desde el invento de la escritura, pasando por la invención de la imprenta, la prensa escrita, los medios masivos y multimediales y las redes sociales. Nuevamente, la informática como relevo de la mathesis universalis es lo que configura a toda donación como dato, como bit, hoy la escritura universal que descifra hasta la biología genética, produciendo regímenes de realidad y conocimiento con sus modos específicos de atencionalidad y afectividad.
En la hiperconectividad, todo suceso aparece discontinuo y sobrevienen sin porqué (en ámbitos en los que sí necesitamos el porqué), como si estuviéramos dominadxs por un éter que nos enlaza en una superficie hostil a las pequeñas eternidades que forjamos con tanto tiempo. La abstracción del capital es tal que presupone un mundo metafísico atemporal, aespacial e infinito del cual continuamente extrae ganancias, ante un mundo temporal, espacial y finito, por lo tanto, concreto. De algún modo, pasamos de un mundo continuo a un mundo discreto, sembrado por una trama infinita de discontinuas atenciones, focos y momentos que manifiestan un eterno presente sin futuro ni pasado (propio del imperativo histórico del progreso tecnocientífico capitalista). Es una Monadología fragmentada, rota y sin reflejos. Se obtura la posibilidad la simultaneidad geográfica como la experiencia histórica en relación a la identidad, la memoria y la narración: el puro presente de la época de la Dispersión.
Aceleración y percepción
El capitalismo, en su necesidad de ciertas transformaciones metafísicas, además de lo anterior, y después de haber colonizado el espacio (desde el punto de vista imperial), ha empezado a acelerar el tiempo. La velocidad de sus procesos, los cuales siguen ritmos no humanos, dificulta los regímenes epistémicos y perceptivos: es parte del trastorno de la donación y la distorsión espacio-temporal. Así, la contemplación estética, la reflexión teórica, la memoria histórica, la imaginación poética, la estrategia política y la compasión ética, se ven afectados, no sólo por el alcance de su espacialidad, sino por una nueva temporalidad que privilegia los rasgos de la rapidez y la premura, sin tiempo para detenerse y demorarse. Todo lo cual se manifiesta en un imperativo hipnótico e insomne de productividad sin descanso, alterando sueño y vigilia.
En ese crisol nacen los padecimientos psíquicos de ansiedad, depresión y angustia: los trastornos anímicos y álmicos[14]. Es la afectación histórica del pneuma y la psiqué. Literalmente, el capitalismo nos afecta hasta la respiración y el aire a través de la colonización de cada rincón de relaciones subjetivas/objetivas, en las que la carne somatiza. Ya lo ha hecho con la tierra, sigue contaminando el aire y va por el agua. El extractivismo de la atención (cognitivo-afectivo)[15], en conjunto con la hiperinmediatez (la ilusión de la no mediación, del éter sin distancia), son lo que sostiene la hiperconectividad (de todo tiempo y lugar, de cada aquí y ahora posible) acelerada de nuestras vidas, lo que nos lleva al cambio de los regímenes de racionalidad, realidad,a atencionalidad y afectividad. (Por eso, por ejemplo, Inglaterra y Japón, viendo como la metafísica hegemónica tiene repercusiones políticas concretas, han abierto Ministerios de la Soledad en la época de la supuesta conexión plena).
Nuestra percepción es la de un aumento de la realidad favorecida por los medios. Ese aumento de la realidad objetiva, contrasta con una disminución de la realidad subjetiva que se ve fatigada, saturada, aplastada y cansada por la Hiperrealidad a la que se accede. Nuevamente, los medios (en este caso, sobre todo, los de comunicación sin comunidad) son aquellos que configuran la forma hegemónica de donación, en tanto toda teoría del medio y de los medios, es una presuposición de un modo de donación, ya que la mediación es el fundamento de la relación y de todo intercambio posible a través de un entre: así (y no de otro modo) se nos da el mundo que experimentamos y llegamos a conocer, y nace la posibilidad de afectar y ser afectadx por estar “en el medio”, entre-medio y entrometidx como intermediarix del vínculo con un afuera-adentro[16]. Por lo dicho antes, es que llegamos a que hoy, muchas veces, la desconexión, sea un placer y un lujo, así como la conexión una tentación, contrastando el FOMO y el JOMO[17].
Conspiración y corporación
El Dios (del capitalismo) debe quedar escondido.
Walter Benjamin
El centro vacío e inaccesible del capitalismo es estructurado por una complejísima trama de intereses transfronterizos de corporaciones transnacionales. No hay una ratio última a la cual acudir: si bien capitalismo viene de capitalis, es decir, cabeza, la capitalización es un proceso acéfalo (teología negativa o, mejor, negatividad teológica del capital). Pero a pesar de tal orfandad, tal ausencia de logos, las cosas sucedan, por lo que seguimos dando explicaciones demasiado humanas y físicas. Las conspiraciones que estarían detrás de los efectos de una entidad no accesible a nuestra percepción, serían todavía una apuesta por el control humano de los procesos desencadenamos, de los cuales vemos los efectos, pero desconocemos las causas. El delirio de la conspiración parece ser más un mecanismo de defensa humanista que la pérdida de toda racionalidad, ya que nos resistimos al crimen perfecto, es decir, anónimo. Es más fácil que asumir que hemos desencadenado un proceso histórico que no dominamos, que tiene consecuencias sociales y naturales catastróficas, quizá irreversibles e irreparables, incluso para nuestras propias condiciones de existencia en el mundo. El capitalismo ya no sólo es injusto, sino inviable por su propio metabolismo civilizatorio con el sistema-tierra. Se convierte en un riesgo existencial y vital.
Asimismo, el Capital, es una forma de dominación abstracta de la abstracción, es decir, de la especulación y la imaginación para otros mundos posibles, ya que supone que este es el mejor de los mundos posibles. El puro presente sin memoria y sin esperanzas, no solo hace que sea más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, sino que también promueve el fin de la imaginación, ya que ha sido capturada por los escenarios distópicos y apocalípticos que saturan nuestros imaginarios sociales, humanos y no-humanos: finalización de la imagen del mundo. Tal es la Revelación del Capital en su inmanencia escatológica y su realismo[18].
Ecología, tierra y finitud
¿Qué queda, que resta? Contra la economización del logos capitalista, una razón y afectividad ecológica, una ecologización del logos, un logos de lo común en tanto descomunal, que deje lugar a lo invaluable y la proliferación de distintos modos de valoración que se sustraigan al régimen del capital. Una axiología-ecológica contra una economía-capitalista, lo que supone otro tipo de mediación, donación y valoración. La defensa de la casa, del lugar-común, en el que se habita, donde se cuida la finitud y se vive, donde se reside, donde se mora y demora la vida de modo hospitalario hasta morir, naturalmente. Una economía, una justicia, con sus leyes y normas desde lo común, una administración de la riqueza y los bienes (comunes) en su dimensión comunal, que despliegue una dimensión metafísica, es decir, un lugar y tiempo trascendente, diferente a la propuesta por el capital, en la que se maximiza la ganancia individual y se socializa la pérdida, sin ninguna utopía. No un giro ontológico, sino un corte metafísico para encarar la deuda ecológica que genera el metabolismo insostenible de la maquinaria capitalista. Una razón que nazca de la “soledad común” que nos une, ante la falta de sentido y de destino. Poner el centro en eso-otro que es el Hábitat, que no tiene centro. La creación de tópos y chrónos, khóra y kairós gratuitos, contra el corazón del capital, el valor de una diferencia idéntica que se sustraiga a su dominio total y devenga siempre inapropiable
No hay nada por ganar y hay todo por perder.
[1] La distinción ambiente y sociedad es meramente analítica, ya que son ontológicamente inseparables, así como lo es naturaleza y cultura, las relaciones sujeto-objeto, etcétera.
[2] Tal decisión no es, necesariamente, del orden personal, sino más bien una construcción transubjetiva e intersubjetiva, la cual podemos modificar parcialmente en términos personales.
[3] En la mismísima concepción del bit como dígito binario aparece la marca de la multiplicidad (reducida a la binariedad) en el intento de anularla como mismidad.
[4] Habría que (de)construir la metafísica de la informática.
[5] La interacción con el mundo se da con la yema del dedo, no con “lo a la mano”, al decir de Heidegger, sino a través del dígito, el clik, el contacto y el pulso sin sonido del pulgar oponible (pollex y digitus primus manus), eso que tanto nos distingue de otros animales. Podemos empezar a hablar de sociedades cada vez más postanalógicas, es decir, donde el vínculo analógico con la realidad está descentrado en tanto no es el modo hegemónico de contacto, conexión e intercambio.
Es menester y resta pensar el vínculo entre datación, donación, digitar y donar: la relación que hay entre las manos y los dedos en función del intercambio en el recibir y el dar (agarrar con la mano, abrir la mano, tocar, etcétera).
[6] Recordemos que está es sólo una relación posible con la donación del mundo, la cual hoy es hegemónica. Por ejemplo, bien podríamos relacionarnos con el mundo, en tanto dado, como algo puramente gratuito o como algo con lo que hay que mantener una relación de equilibrio entre dar y recibir, quitar y devolver.
[7] Todo lo que no se traduce en ganancia, no queda en la neutralidad (ni ganancia ni pérdida), sino que es pérdida, en tanto todo tiene una virtual y potencial ganancia. Nuevamente, la valoración de lo que se nos da, cualquiera sea el tipo de valores que se le asignen a algo o no, responde a una decisión metafísica-ontológica, es decir, sobre qué son y pueden ser las cosas.
[8] No hay ocio, que no es mero tiempo libre (no-laboral), sino la liberación del régimen de temporalidad en función del tiempo propio, del ritmo propio y genuino.
[9] La premisa es que la teología, la metafísica, la ontología y la donación misma se hablan en un lenguaje económico: dar, recibir, otorgar, quitar, propiedad, ganancia, excedente, pérdida, presente, confianza, fe, garantía (del ser), etcétera. Es parte de una noción más general de la economía de(l) ser.
[10] El contar desde lo cualitativo y lo cuantitativo. Narrar y relatar lo heterogéneo, numerar y computar unidades homogéneas.
[11] Ese acceso, en algún sentido, también dignificaba a la humanidad en general y en particular a quien lo realizaba. Hoy día, más que dignidad, se adquiere el estatus de ente privilegiado (héroe capitalista) en relación con el Capital.
[12] Esto pretende ser una historización política de la metafísica (hegemónica).
[13] Internet tiene la fuerza de un agente histórico-geológico que, lejos de su pretendida inmaterialidad empírea, tiene su peso empírico.
[14] La metafísica hegemónica no sólo a explotado los rendimientos de la teología (Dios) para su comprensión del Capital y los de la física (Mundo) para su comprensión de la naturaleza (como puro objeto de recursos). También, como metafísica especial, ha desarrollado la psicología racional (Alma) como secuestro de la pisqué y el pneuma, llegando hasta las neurociencias, en las que se busca, como consecuencias políticas de la producción del saber, la construcción de subjetividades emprendedoras, flexibles, competentes, meritócratas, etcétera. La incertidumbre sobre la que se despliegan hace énfasis sobre las soft skills y genera subjetividades/existencias precarizadas.
[15] Las apps (aplicaciones, es decir, dispositivos que se nos aplican y aplicamos), compiten por nuestra atención, nuestro tender-a, por el tiempo que dedicamos en ello. La supuesta gratuidad de las plataformas se paga caro, en tanto se sustentan en una económica psíquica, pneumática de la oferta y demanda de las almas que prestan atención.
[16] Lo importante de esta fórmula es el guion: ”-“.
[17] Hay una sensación de pobreza de mundo, de pérdida de mundo. Se nos induce a querer abarcar la totalidad de las experiencias posibles. Ese es el sostén de muchas industrias de la experiencia (por ejemplo, la industria del entretenimiento, la industria del turismo, etcétera).
[18] La dimensión profética del capital se muestra bien en lo que se denomina doomscrolling, la dedicación excesiva a consumir noticias negativas al desenrollar el papel-virtual de los códices-pantallas.